Hace cinco años, de la unión de una elegante y disciplinada bailarina rusa y un valeroso y cortés príncipe español,nació una preciosa niñita llamada Catalina. Des de el primer instante en que nació Irina y Carlos sabían que su hijita Catalina no era una más, sino que era una niña que tenia un don innato, aún no sabían cuál era pero presentían que esa criatura estaba destinada a hacer algo muy especial.
Irina y Carlos tenían tan claro que su hijita estaba destinada al éxito y a las alabanzas que ya con tan sólo unos meses de vida, decidieron empezar a cultivar su mente. Para empezar la matricularon en la escuela infantil más prestigiosa de España para que aprendiese el máximo de cosas posibles y encontrase su don.
Pero, tras dos años en la mejor escuela infantil de España, Catalina no daba signos de manifestar ningún don. Carlos e Irina, enfurecidos e indignados porque su hija era una niña normal como todos los demás niños y no poseía ningún don que la hiciera especial, según ellos, estos empezaron a discutir:
CARLOS- ¡ No se, de verdad, no se que diablos estamos haciendo mal! ¡No hacemos más que darle lujos! Le estamos dando la mejor educación y no hay ni rastro de su don.
IRINA-¡Carlos, no podemos seguir así! ¡Me niego a tener una niña fracasada que no sabe hacer nada como hija!
CARLOS- Yo tampoco.¿Pero, qué podemos hacer?
IRINA-¡Abandonemosla! ¡Está claro que no es digna de ser nuestra hija!¡Ni mucho menos de llevar tu apellido!
CARLOS- Está bien, mañana a primera hora de la mañana, le diré a Matilda que la lleve a la iglesia.
IRINA-De acuerdo, pero que se asegure bien de que esa niña no vuelve a pisar esta casa.
Esa misma noche, Carlos mandó a llamar a su hermana pequeña, Matilda, para encargarle que se deshiciera de la niña. Le dijo que a la mañana siguiente fuese a la iglesia, llamara a la puerta y la dejase antes de que nadie la descubriera. Pero Matilda no estaba de acuerdo con lo que su hermano y su cuñada querían hacer con su sobrina. De hecho, creía que era un acto cruel, despiadado e inhumano, abandonar así a un fruto de su propia sangre.
Así que en vez de llevarla a la iglesia como su hermano Carlos le había mandado, cogió a su sobrina y se la llevó consigo a un lugar muy lejos, del palacio de la Guayava donde vivían sus padres, para que no las descubrieran y la pequeña, en compañía de su tía, pudiera llevar una vida alegre y normal como la niña que era, sin preocuparse por nada más que disfrutar y crecer.
Pasaron los años, tres para ser exactos, tres años en los que Catalina pudo disfrutar de los pequeños placeres de la vida, cómo: ir al campo y ver y oler sus exquisitas flores, contemplar los hermosos lugares que le ofrecían Aguadulce y Almeria, disfrutar de los deliciosos manjares que le prepara su tía con mucho amor. Catalina empezaba a sentir que tenía una familia que la quería y la respetaba tal y como era, con sus defectos y sus virtudes, sin ser reducida a un simple don.
Un día, mientras Catalina jugaba en el parque con sus amigas, su tía observó algo diferente en ella. Empezó a verla más segura de si misma y cuando volvieron del parque, al llegar a casa, se fue directa a su habitación se puso la música alta y empezó a crear pasos propios. Eran pasos muy sencillos, propios de una niña de tres años, pero interpretados con mucha gracia y mucho arte.
Al ver el talento de la niña, Matilda le preguntó si quería que la apuntase a alguna actividad extra-escolar de danza como ballet o expresión corporal, pero Catalina le dijo que no, que ella bailaba para divertirse, que era un juego para ella.
Dos años después, con cinco años, Catalina había desarrollado un talento asombroso para crear e interpretar coreografías propias, tanto que se hizo famosa en su escuela por interpretarlas cada día. Todos/as los niños y las niñas se quedaban mirándola y le preguntaban donde había aprendido a bailar así, que ellos querían bailar como ella. Ella les contestaba que no había aprendido en ningún sitio en particular, que le encantaba jugar y experimentar con su cuerpo y con la música y que la mayoría de su tiempo libre se lo pasaba jugando a las bailarinas, en su habitación o en el comedor de su casa, con sus amigas.
Les explicaba que su tía siempre la dejaba jugar a lo que quisiera, siempre y cuando respetase las normas de la casa y no rompiese nada. Y cuando esta vio que la casa le quedaba pequeña para poder bailar a gusto, le alquiló una sala de un centro cívico para que pudiera ir cuatro horas a la semana a practicar, sin temor a romper nada.
Cuando la fama de Catalina se extendió, sus padres volvieron y le dijeron a su tía Matilda que se la querían llevar de vuelta a palacio, para seguir formándola allí y así convertirla en una gran estrella, ahora que habían descubierto su don, Pero cuando se lo dijeron a Catalina ella se negó rotundamente a irse con unos completos desconocidos, porque eso eran para ella puesto que la abandonaron con tan solo un año de edad. Decía que ella se quedaría en Aguadulce con su tía y sus amigos y amigas porque ese era su hogar. Y así ocurrió la niña se quedó con su tía en el que durante esos años se había convertido en su verdadero hogar.
Pasaron los años, tres para ser exactos, tres años en los que Catalina pudo disfrutar de los pequeños placeres de la vida, cómo: ir al campo y ver y oler sus exquisitas flores, contemplar los hermosos lugares que le ofrecían Aguadulce y Almeria, disfrutar de los deliciosos manjares que le prepara su tía con mucho amor. Catalina empezaba a sentir que tenía una familia que la quería y la respetaba tal y como era, con sus defectos y sus virtudes, sin ser reducida a un simple don.
Un día, mientras Catalina jugaba en el parque con sus amigas, su tía observó algo diferente en ella. Empezó a verla más segura de si misma y cuando volvieron del parque, al llegar a casa, se fue directa a su habitación se puso la música alta y empezó a crear pasos propios. Eran pasos muy sencillos, propios de una niña de tres años, pero interpretados con mucha gracia y mucho arte.
Al ver el talento de la niña, Matilda le preguntó si quería que la apuntase a alguna actividad extra-escolar de danza como ballet o expresión corporal, pero Catalina le dijo que no, que ella bailaba para divertirse, que era un juego para ella.
Dos años después, con cinco años, Catalina había desarrollado un talento asombroso para crear e interpretar coreografías propias, tanto que se hizo famosa en su escuela por interpretarlas cada día. Todos/as los niños y las niñas se quedaban mirándola y le preguntaban donde había aprendido a bailar así, que ellos querían bailar como ella. Ella les contestaba que no había aprendido en ningún sitio en particular, que le encantaba jugar y experimentar con su cuerpo y con la música y que la mayoría de su tiempo libre se lo pasaba jugando a las bailarinas, en su habitación o en el comedor de su casa, con sus amigas.
Les explicaba que su tía siempre la dejaba jugar a lo que quisiera, siempre y cuando respetase las normas de la casa y no rompiese nada. Y cuando esta vio que la casa le quedaba pequeña para poder bailar a gusto, le alquiló una sala de un centro cívico para que pudiera ir cuatro horas a la semana a practicar, sin temor a romper nada.
Cuando la fama de Catalina se extendió, sus padres volvieron y le dijeron a su tía Matilda que se la querían llevar de vuelta a palacio, para seguir formándola allí y así convertirla en una gran estrella, ahora que habían descubierto su don, Pero cuando se lo dijeron a Catalina ella se negó rotundamente a irse con unos completos desconocidos, porque eso eran para ella puesto que la abandonaron con tan solo un año de edad. Decía que ella se quedaría en Aguadulce con su tía y sus amigos y amigas porque ese era su hogar. Y así ocurrió la niña se quedó con su tía en el que durante esos años se había convertido en su verdadero hogar.